04 Abr ¿ES CIERTO EL SUPUESTO QUE EN ENFERMEDADES COMO EL ALZHEIMER SE PIERDE PRIMERO LA MEMORIA RECIENTE?
Entre las personas familiares y pacientes con diferentes patologías, no solo enfermedades neurodegenerativas, que nos vienen a consulta, hay un supuesto general (bastante acertado, por cierto) que figura como un mantra y que es bien conocido:
“Es más fácil perder la memoria reciente que la memoria lejana”.
La respuesta rápida es sí, es más común la pérdida de la memoria reciente, o mejor dicho, el deterioro de los procesos de transferencia de información para su posterior almacenamiento en la memoria a largo plazo.
Bueno, pues aclarado esto, me despido.
Es broma, vamos a explicarlo de una forma resumida y fácil para que podamos entender los mecanismos cerebrales implicados a grosso modo:
Hay que tener en cuenta, de forma simplificada, tres “trocitos” de nuestro cerebro que están completamente involucrados en el almacenamiento de recuerdos:
Por una parte encontramos la formación hipocampal, la cual engloba varias zonas que juntas tienen forma de caballito de mar (teniendo bastante imaginación), de ahí el nombre que proviene del griego hippos (caballo, como os habréis dado cuenta por la palabra hipódromo y no caballódromo) y kampos (algo así como monstruo marino).
La formación hipocampal es la máquina principal, la encargada de guardar la información entrante durante un periodo determinado, que puede oscilar en duración desde segundos a años contando con la corteza cerebral que veremos más adelante.
Otra de las estructuras cerebrales implicadas será la amígdala. Una pequeña estructura de nuestro cerebro que en realidad no se encarga directamente de generar memoria como tal, está más dirigida al área emocional y se activa en mayor medida con emociones fuertes (positivas o negativas).
La amígdala está en constante comunicación con la formación hipocampal. De forma resumida y sencilla: cuanto más activa esté, más va a comunicar con la formación hipocampal, por tanto, mejor se nos va a guardar en la memoria dicha anécdota o suceso. La amígdala es la causante de que recordemos (la mayoría de nosotrxs) qué hacíamos cuando ocurrió el 11s, o de que aquellas personas mayores, incluso con cierto grado de deterioro cognitivo, que han estado en Valencia en el 1957, puedan contarnos con pelos y señales la riada del mismo año o el día de su comunión o boda. La amígdala estuvo bastante activa en esos momentos.
Por último, necesitamos conocer el papel de la corteza cerebral: como su propio nombre indica, es la parte más externa de nuestro cerebro, es lo más cercano a nuestro cráneo (aunque hay unas cuantas capas que afortunadamente lo separan del mismo y que, sin las cuales, tendríamos daño cerebral prácticamente cada vez que nos diésemos un pequeño golpe en la cabeza, o cada vez que tu primo mayor, cuando eras pequeño, te daba un capón para “entender mejor la vida”).
La corteza cerebral es la encargada del almacenamiento permanente de la información, al igual que cuando talas un árbol permanecen las raíces en la tierra y será difícil arrancar el tocón incluso pasadas varias decenas de años, las conexiones en corteza se podrían explicar como dichas raíces. Conexiones que han quedado selladas. Vías específicas que nuestro cerebro, ya sea por una fuerte activación de la amígdala, o por una incisiva activación de la formación hipocampal a modo de repetición, ha decidido darles importancia y convertirlas en verdaderas raíces.
Pues bien, conociendo el funcionamiento de las tres estructuras cerebrales descritas, y añadiendo la información extra de lo fastidiosamente delicada que es la formación hipocampal, podréis haber caído en cuál es el motivo de la acertada frase a forma de mantra que comentábamos al inicio del artículo:
“Es más fácil perder la memoria reciente que la memoria lejana”.
Sí, porque la formación hipocampal es frágil en comparación con la corteza cerebral, que es la encargada de guardar los recuerdos que nos han ido dejando huella a lo largo de la vida, y, sobre todo, aquellos recuerdos que nos han emocionado, gracias a la pequeña amígdala que ayudó en su momento a la formación hipocampal aún intacta.
Esperando que haya podido ser de ayuda una versión diferente y resumida de lo que nos cuentan en los libros:
Iván García Ortega
Neuropsicólogo y coordinador de AIRE.